¿Qué
es la memoria?
Poca
dificultad habría en consensar una definición más o menos universal al
respecto: “…facultad mental del ser
humano que le permite recordar…” bastaría hojear cualquier libro de
psicología elemental para ver dentro de su índice algunas nociones al respecto.
No obstante, el estudio de los mecanismos de la memoria en el ser humano ha
sido una entidad valorada desde planos exclusivamente fisiológicos, biológicos
y cognitivistas. Mecanizar y/o sistematizar la actividad mental ha sido un
criterio común dentro del ámbito de la ciencia. Reduccionista, por cierto.
Pero
seamos honestos, ¿Qué es un recuerdo? Apenas transcurridos pocos segundos de
haber visualizado un rostro, un edificio o un paisaje, si cerramos los ojos y
procedemos a recordar dicha imagen,
al final obtendremos una suerte de nube oscura, tenue, intermitente y mal
confeccionada del recuerdo almacenado. Dicho proceso se torna más complejo con
el correr del tiempo, incluso, llegando a modificar elementos de una imagen
mental inspeccionada.
El
siglo pasado, en 1925, Maurice Halbwachs en su clásico Les cadres sociaux de la mèmoire atendió el asunto de la memoria
pero a partir de un acercamiento de tipo sociológico y sobre todo cultural. La memoria
se nutre y afianza a partir de elementos como el tiempo, el lenguaje, el
espacio y la interacción social con nuestros semejantes.
Los
recuerdos son entidades mentales que van más allá de ser meras fotografías que
se retrataron en el pasado. Son filtros, lentes o moldes con los que se le
encuentra sentido y significado a lo vivido. Nuestra memoria se nutre de
diversos afectos y valoraciones que vamos aprendiendo e implementando durante
toda nuestra vida; se parte del punto en el que nuestros recuerdos son
torneados y moldeados por la carga critica que se ha formado durante los años y
que nos hace almacenar las imágenes y vivencias que nos ayudan a sentirnos
plenos, identificados con nosotros mismos y con nuestro entorno.
Mendoza
(2004) afirma que nuestra memoria requiere como herramienta del recuerdo la
necesidad de utilizar artefactos. Dichos
objetos son elementos comunes, cotidianos, a veces sin valor material alguno:
una carta, una foto, un anillo de compromiso que ha pasado por 4 ó 5 generaciones,
un billete, un periódico, un corazón marcado en un árbol, una envoltura de
chocolate o un diploma colgado en la pared. Estos artefactos, vinculan
recuerdos y afectos importantes que facilitan a nuestra memoria a mantener
vigentes dichas experiencias.
Si
hay un proceso en el ser humano que tiene limitantes, es el de almacenar
recuerdos, imágenes, sonidos e instantes; gracias a que tenemos artefactos en nuestro haber, nosotros
podemos provocar siempre en nuestra memoria los hechos que nos ayudan a reconocernos
e identificarnos. Incluso, tenemos artefactos que nos permiten tener identidad
y cohesión como sociedad: un monumento, la bandera, edificios, espacios
históricos. La memoria colectiva se construye a partir de las dimensiones
culturales generadas en el seno de la familia, la escuela, la religión, el
Estado y cualquier otro grupo social. Dichos objetos transmiten valores como el
orgullo, lealtad, y valentía. Cada generación promueve y certifica sus propios
elementos de cohesión e identidad, esto ayuda a comprender quienes somos, de
dónde venimos y hacia donde hay que dirigirse.
Daniel López
Yáñez.
Psicólogo.
Profesor de Psicología y Ciencias Sociales.
Centro Escolar Newton Plantel Toreo
Bibliografía.
Fernández Ch. Pablo. (2004): “Los recuerdos”,
en la
Sociedad Mental ,
Ed. Anthropos, Barcelona. Pp. 137-170.
Halbwachs, Maurice. (1925): La memoria colectiva. Prensas
universitarias de Zaragoza. Zaragoza, España.
Mendoza, Jorge. (2004): “La edificación de la
memoria: sus artefactos” en Del
pensamiento social a la participación. SOMEPSO, México. Pp. 129-150.
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