—¿Hay diabéticos en su casa?
—preguntó la enfermera al hombre, quien vacila en proporcionar una respuesta; robusto, abdomen prominente, rebasa los cincuenta años de edad, se somete a un
chequeo de salud aportado por estudiantes del Centro Escolar Newton Toreo.
Del mismo modo, setenta, quizás ochenta personas superaban temores y prejuicios
para ponerse bajo las manos de jovencitos, inclusive muchos de ellos menores de
edad, pero no por ello carentes de responsabilidad y sobre todo de la consigna
de vida a la cual se habían vinculado: procurar la salud de sus semejantes.
Rostros impávidos, rojizos y
quemados, quizás más por el frio que por el sol; miradas dubitativas, arrugas debidas
a una vida dura, compleja, llena de carencias. Así son los habitantes
colindantes al Parque Nacional El Chico,
en Hidalgo, México. ¿Temor?, ¿ansiedad?, ¿incertidumbre? No me extraña que
desconfíen de nosotros; cuando de casualidad alguien se acuerda de estas
comunidades, es para tomarse la bonita foto electoral y también hay quienes los
benefician con propósitos religiosos y proselitistas.
Por ello llama poderosamente
la atención que poco más de cuarenta estudiantes paguen por viajar unos 100 km, ofrezcan servicios de salud y donen
despensas, ropa y juguetes sin ningún otro propósito que quedarse con la
satisfacción de estrechar una mano agradecida, recibir un abrazo solidario,
observar a un niño jugar con inmensa alegría.
Quince horas repartidas
viajando, trabajando, cargando material y equipo, interactuando con colegas y
pacientes, con el cansancio natural de una jornada ardua y larga, producto de
la primera salida para servicio social y comunitario del Centro Escolar Newton hacia
una población necesitada de soporte y servicios.
Al final, queda una mezcla
agridulce de sentimientos y emociones. Rabia, impotencia, coraje y dolor al ver
la marginación y pobreza con la que muchos tienen que sobrevivir literalmente
día a día; aspecto ignorado por quienes vivimos en ambientes citadinos. Un
evento de estas características no solventará las necesidades expuestas ni
suplirá funciones que le corresponden al Estado en cualquiera de sus niveles de
poder, sin embargo, es posible compartir cargas y afectos a un nivel
horizontal: ciudadano a ciudadano.
—Me dio las gracias, sentí
bonito —dice una enfermera emocionada y conmovida. No es para menos, el
contacto con la gente mueve sensibilidades y afectos. Estos viajes impregnan la
vida, tatúan el alma, aniquilan la apatía. ¿Acaso no es lo deseado o esperado
en la formación de un profesional de la salud? Si algo critica la gente en un
hospital, es la frialdad con la que se desenvuelven quienes ahí laboran. Espero
con ansias un nuevo viaje para desarrollar otro trabajo de campo, con la
convicción y gusto de ver crecer a los futuros enfermeros y enfermeras. Con el
ánimo y deseo de sentirme vivo y ligado a mis semejantes. Con la ilusión de
creer que el género humano es algo más que especies que sólo nacen, crecen, se
reproducen y mueren.
23 enero 2015
Daniel López Yáñez
Psicólogo.
Profesor Psicología y Ciencias Sociales.